lunes, 26 de agosto de 2013

Juan quería aprender...

Desde mi punto de vista, está vivo quien a diario aprende algo nuevo, quien se preocupa por no solo estar, sino también ser y saber. ¿Saber qué? Lo que nos rodea, lo que vemos, lo que sentimos, lo que vivimos, lo que ignoramos etc.

¿Cuándo buscamos saber? Cuando estamos conscientes que no sabemos o que no sabemos lo suficiente. Es ese deseo de dar respuesta a muchas interrogantes lo que nos impulsa a buscar esos significados, a ir en tras la verdad, que cabe acotar, es una verdad relativa. Una realidad muy personal, ya que depende de cómo asumimos lo que aprendemos.

Era el caso de Juan Esteban, un niño de 9 años que vivía en una pequeña finca de 7 hectáreas en un pequeño pueblo de Córdoba, a 30 kilómetros de la capital. Juan, huérfano desde los 2 años, creció con su padre, un humilde campesino, de formación bastante rudimentaria y agropecuaria. Un hombre muy trabajador.



El pequeño niño, acostumbrado a ayudar a su padre en los oficios de la finca, ignoraba muchas cosas que pasaban al otro lado de las montañas que desde su humilde vivienda se divisaban. En casa de Juan no había televisor, sólo un pequeño radio que su padre no lo dejaba usar para que no le agotara las baterías. Su único contacto con ese “mundo desconocido” eran los pequeños recortes de periódicos que su padre usaba para envolver los aguacates que compraba en el pueblo más cercano. Menos mal que en la finca el árbol de aguacates nunca dio frutos y a su padre le tocaba comprarlos.

Personalmente, pienso que cuando una persona tiene muchas dudas o preguntas, tiene dos caminos: creer que no es capaz de resolverlas, o buscar las herramientas para hacerlo, impulsados por el deseo de saber. Ese interés en escudriñar y alcanzar el conocimiento.
Juan había optado por el segundo camino, a pesar de tener tan pocas herramientas. Aunque tenía la esencial: el interés.

Camilo, su único amigo, cierto día hablando en el potrero, mientras lo ayudaba a arriar los 17 carneros de su padre hasta el corral, le contó que había oído que venía un tipo al que llamaban “docto” para el caserío, en los próximos días. Usando su humilde conocimiento, le explicó a Juan: “ese man es el que nos va a sacar la solitaria”. Efectivamente, iba un médico al caserío, para una jornada de vacunación y llevar purgantes para los niños.

Juancho, emocionado por lo que le había contado su amigo, llegó corriendo a contarle a su padre que estaba terminando de ensillar al caballo para ir a una pelea de gallos esa noche, medio lo escuchó.

Durante casi una semana, Juan sólo pensaba en el día que llegara el “docto”. Se preguntaba cómo sería, cómo hablaría, en qué llegaría. Hasta que por fin, esa mañana se escuchaba a lo lejos el motor de una moto mientras que Juan junto con Camilo y los demás niños del caserío esperaban al galeno debajo del palo de campano, que habían fijado como sitio de la actividad.
Apenas llegó Sebastián, el “docto”, lo primero que hizo fue organizar a los niños en un círculo para presentarse y saludarlos. Luego preguntó si alguien sabía para qué él había ido hasta allá. Inmediatamente Juan alzó la mano y dijo “para sacarnos la solitaria”, lo que ocasionó una sonrisa en el médico y una inmediata conexión entre él y el niño.

Durante 15 minutos les explicó a los niños en qué consistía el proceso de vacunación y desparasitación y por qué era necesario. Juan anotaba en su hoja mental, con el lápiz que nunca había usado y con las letras que no sabía escribir; pero él se estaba grabando todo. Era una esponja. Se sentía feliz porque durante mucho tiempo quiso aprender cosas nuevas. Empezaba a dar respuesta a lo que siempre se preguntó: “¿Qué habrá detrás de esas montañas?”.

Se llevó a cabo la jornada, entre llantos de quienes le dolían las agujas, sonrisas inocentes de los que jugaban con el estetoscopio del médico y millones de preguntas que Juan se hacía en su cabeza y luego le formulaba a Sebastián. Quería saber si lo que él creía, correspondía a lo que realmente era. Si correspondía con el saber.



A pesar de que a él fue a quien primero vacunaron, se quedó hasta que pasaron todos los niños. Mientras que Sebastián recogía sus cosas para irse, notó que Juan aún seguía ahí, detallando todo lo que él hacía y le preguntó si quería saber algo más. Seguramente tenía muchas preguntas en su cabeza, sin embargo sólo le dijo: “espero que venga otra vez docto”.
Sebastián se marchó con la promesa de volver y dejándole a Juan muchas más dudas, pero también muchas respuestas y una pequeña libreta con un lápiz para que hiciera sus primeras rayas.

Juan sabía que no sabía y que de lo que sabía, quería saber más. Tenía claro ya que mucho de lo que creía que era, no era así y que debía ir hacia los que tenían las respuestas. Es así como se construye el conocimiento, cuando impulsados por lo que creemos, buscamos el saber y luego conocer.